Nació en Zapotlán (Ciudad Guzmán), Jalisco, el 29 de octubre de 1916. Fue bautizada el 4 de noviembre del mismo año por el padre Librado Arreola. Cursó la primaria en el Colegio de las monjas francesas, hoy escuela María Mercedes Madrigal. Descendía de gente que vino del otro lado del mar. Su padre era de la comarca de Támara de Campos, un lugar desolado de España también conocido como “Campos Góticos”. Era el administrador de la Hacienda de El Rincón. Su madre era una criolla mexicana perteneciente a la sociedad porfirista de terratenientes sacudida por las luchas de la época. Esta mezcla de sangres insufló en ella un espíritu indómito y rebelde.
En 1932, se embarcó en Veracruz con sus cuatro hermanos rumbo a España. En el Colegio del Sagrado Corazón, en Barcelona, estudió música y filosofía. Era una alumna sobresaliente. Al estallar la Guerra Civil en 1936, tuvo que abandonar sus estudios. Regresó a México en 1937. Se estableció en la capital, donde continuó practicando el piano. El Dr. Oswaldo Robles le dio clases de filosofía.
La voz de María Cristina se vuelve municipal a partir de imágenes provincianas compartidas con Ramón López Velarde, pero con el límpido sello personal de la poeta de Zapotlán: “El aroma cordial del pan caliente”; “las rítmicas escobas de los barrenderos”; “el sonoro reloj municipal” y “la náufraga cáscara de la nuez”. María Cristina nunca negó su tierra. Le cantó con su mejor voz: “Plaza del jardín que abrió la luna para sentarse a contemplar portales...”.
Con el poema, “A Zapotlán”, María Cristina ganó el segundo lugar en los Juegos Florales de 1950. El primer lugar lo obtuvo Juan José Arreola con el poema “Oda terrenal a Zapotlán el Grande...” Al triunfo de estos poetas, Alfredo Velasco Cisneros, maestro de Arreola y amigo íntimo de Cristina, escribió lo siguiente: “Por primera vez en nuestro medio plúmbeo y apático para las cosas del arte, una palestra de poesía enardeció los ánimos”. Se refería a que María Cristina compartió su segundo lugar con un poeta menor; esto tal vez la lastimó. El poema que resume su exilio de Zapotlán, es “El último recodo”. Nostálgico, brillante y formalmente bello. A su regreso de España en 1937, María Cristina radicó en la ciudad de México donde, siguió estudiando piano. Luego se estableció en Guadalajara donde publicó su primer libro: Atabal, en 1948. Le siguió El Asalto (1952), poemario con el que gana el Premio Jalisco en 1954.
En 1960 se regresó a México, D.F., donde publicó un libro misterioso y extraño: La tercera cara de Israel con el seudónimo de “Erick Bergen”. Es un libro apasionante que se adelantó a su época; resulta un ensayo notable por su carácter profético. Este libro le abre los cenáculos más exclusivos de la ciudad de México. Dicta conferencias en el Centro israelí; escribe cuento corto para una revista médica e inicia su último libro: Suite israelita y Suite flamenca, en donde la madurez poética se anuncia con plenitudes de luz. La luz de la inteligencia.
Sin embargo, se acerca el fin: un adquirido mal cardiaco se agudiza. Es internada de emergencia en el Hospital Español de la ciudad de México. María Cristina Pérez Vizcaíno murió de un colapso aórtico el 27 de abril de 1987. Era un día de primavera. Ella había sido trigo de luz y sueño visitado del rumor de la muerte y la paloma. Sus dos sangres en tumulto estaban ya en paz.
(PRECIADO Zacarías, Vicente: Antología Poética: María Cristina Pérez Vizcaíno, Universidad de Guadalajara/H. Ayuntamiento de Zapotlán el Grande, Jal., Guadalajara, Jal., enero de 1999, pp. 5-11).